Just another WordPress.com site

Archivo de la categoría: Opinión

He leído artículos malos y luego está el de Juan Abreu  sobre la infidelidad.  Si el continente es sumamente pobre, el contenido no hay por dónde cogerlo.

Debo, sin embargo, agradecer al señor Abreu que se decidiera a escribir sobre tan puntilloso tema, porque ha logrado crisparme de tal manera, que por fin me decido a retomar la escritura.

Este artículo, ha sido quizás, la gota que colma el vaso. Ese vaso que se ha ido llenando en los últimos años  mientras contemplo, horrorizada, cómo se intenta imponer una normalidad absoluta sobre las infidelidades.

Permítanme, ustedes – los modernos, las progres, los contemporáneos y demás- que quiera mantenerme al margen, mejor dicho, bien lejos, de esa opinión que se pretende generalizar.

Francamente, me resulta detestable presenciar cómo aquéllos que son infieles se intentan resguardar en sus propias justificaciones. No por la repetición de un acto éste se convierte en legítimo. Y quien pretenda convertirlo en algo tal, merece mi más absoluto rechazo.

La infidelidad es un engaño,un error, y como tal, salvo grave tara psíquica, implica el consiguiente arrepentimiento por quien la comete. Un arrepentimiento sincero. Un arrepentimiento necesario, o nos estaremos rodeando de seres totalmente desalmados.

La infidelidad duele, señores. La infidelidad puede ser sexual, amorosa, de amistad… y siempre será una traición desgarradora.

Algunos hablan de que no existe la “exclusividad sexual”.  Abiertamente diré que a eso se le llama vicio, depravación, desvío, que no hay especialista que cure.

Dios me libre de negar a nadie que su cuerpo es suyo y puede hacer lo que quiera con él. Sí diré que me resulta aberrante que alguien decida tener pareja sin renunciar a los “placeres” que le reportaba su soltería.

Argumentar la infidelidad con testimonios basados en las necesidades más primarias de sus órganos sexuales, no sólo me parece retroceder millones de años en el tiempo, llegar a dejar de lado a la persona para dar paso al animal más rudimentario, sino tirar por tierra valores fundamentales y tan necesarios.

Se plantea abiertamente la falta de respeto hacia la pareja. El mantener relaciones sexuales con terceros/as. Se llega a hablar de la infidelidad sexual como una  “no infidelidad real”. Se habla de pactos, claúsulas, entre la pareja. De incumplimientos de esos pactos que en ningún caso tienen límite. De sexo con la vecina, con el portero, con la del bar de la esquina, el panadero, la del trabajo y al llegar a casa besito en la frente a tu mujer/ marido que es tu amor  verdadero por los siglos de los siglos. Y besitos también a tus hijos, pero fulano/a de ti, has preferido compartir tu tiempo libre con quien probablemente ni sepa que los tienes.

Y llegados a este punto, todavía nos echamos las manos a la cabeza cuando aparece un político corrupto más. Cuando observamos la falta de lealtad a los ciudadanos desde el ejecutivo. Cuando contemplamos día tras día injusticias. Tenemos una gran crisis financiera, de acuerdo. Pero la principal crisis está en la sociedad, en cada individuo.  Y esa es  la que necesita una reforma más urgente.

Me niego a creer que todos nos vamos a contagiar de esta gran epidemia del “eso lo hace todo el mundo, a ver qué te crees”. Me niego a dejar de creer que existe el amor para toda la vida. Me niego a considerar siquiera la idea de no compartir mi vida con alguien que tenga los mismos principios que yo. Que quiera inculcar a sus hijos los mismos valores que yo. Me niego simple y llanamente porque todavía creo en las personas. Porque atiborrada de escuchar perogrulladas de quienes se creen han avanzado una época más allá, todavía espero estemos a tiempo algunos de demostrar que no nos afectan sus problemas; el gran problema de tener una vida tan vacía como para compartir su cuerpo a diestro y siniestro y estar, al fin y al cabo, siempre tan solos.  Que enamorarse es lo más bonito que puede sucederte en la vida, y si además, se puede compartir el resto de tus días con esa persona, eso, eso es una suerte, no una desgracia como parece vienen afirmando algunos.

Ante tanta corruptela y degeneración, no me resigno. No abandono, porque todavía retengo la imagen de mis abuelos enamorados.

Gracias, abuelos, por legarme vuestros momentos. Por mostrarme vuestra adoración mutua. Vuestro amor inmenso. Vuestro respeto absoluto. Esas caras de felicidad y satisfacción siempre. Y gracias a ti, abuelo, por no dejar de agarrar la mano de la abuela, en los diez años que estuvo postrada en una cama. Gracias, por permitirme ver cómo cada noche seguías dándole un beso y diciendo cuánto la querías, por si su alzeimer se lo hacía olvidar al día siguiente.  Seguro que gracias a ti, ella seguía sintiéndose guapísima. Y que  tu única necesidad fuera seguir durmiendo a su lado cada noche. Yo me quedo con eso.

Érato

infidelidad


Sí. Lo acabo de decidir, miércoles 14 de noviembre a las 22:35. Los recientes acontecimientos me han hecho reflexionar. Basta ya.

Ahora bien, una cosa quede clara, no pienso hacer una huelga al uso porque básicamente creo que no reporta ningún beneficio. ¿Dejar de trabajar? ¿Yo? Oigan, si ustedes son de esos caraduras inocentes que viven en la casa de gominola de la calle de la piruleta como decía Homer Simpson (ídolo de masas, ya ven) pueden ir bajando de la nube porque yo les aseguro, desde mi limitada y humilde perspectiva, que no tiene ningún sentido.

Explíquenme ustedes la relación causal, hoy en día, entre dejar de trabajar y reivindicar en aras de nuestros derechos. Porque yo, no lo acabo de ver. En concreto, entiendo que todo este rollo estaba muy bien en plena revolución industrial, abusos inhumanos del patrón, la paralización industrial como moneda de cambio, buscar la defensa de la dignidad del trabajador por el único medio posible. Pero, para que vamos a engañarnos, las cosas ya no son así. Que si ustedes – o yo – quieren – o queremos – reclamar el cumplimiento de todos esos derechos que nuestra magnánima Constitución garantiza, hay medios perfectamente válidos, véase manifestaciones, multitudinarias marchas, escritos, iniciativas legislativas populares, recogidas de firmas, acceso a medios de comunicación, difusión de un mensaje de protesta por esos maravillosos medios electrónicos que tanto nos gustan. Que vale, que sí, que es complicado, que “no se nos escucha”, que cuesta mucho y que no siempre es efectivo. Ay, he ahí el meollo del asunto. Vayamos a lo sencillo, un día de no madrugar, no ir a trabajar, pasar el día tranquilamente, agitar un banderín y pegar cuatro pegatinas. Por nosotros, por nuestro país (ejem), por nuestros derechos. Revolución obrera al asalto de los maleantes del gobierno (que los hay, ojo). Sé que es simplificar el drama y hacer algo de demagogia, pero vamos a ver, que alguien me explique –por favor- cual es la eficacia de una huelga como la de hoy, porque yo, por más que busco (y prometo que lo intento y reintento) no la encuentro.

 

Me parece bien la reivindicación y la crítica, luchar por lo que debe ser, la sociedad exigente con sus gobernantes, como se es exigente en las relaciones familiares amistosas o de pareja. Hasta ahí todos de acuerdo. Lo que me parece anacrónico es “paralizar” el país. Vacaciones para todos. Un día más de holgazaneo, de seguir al rebaño, que entre noviembre y diciembre andamos escasos puentes y festivos.

Por no entrar en temas más delicados, como que los niños no van al colegio (servicios mínimos y a clase todo el mundo, si no se puede avanzar materia, pues a leer todo el día, pero aquí, ¡oh novedad!, a fomentar en familia la cultura del mínimo esfuerzo, que es la que más nos gusta), los piquetes “infomativos” (que me da la risa), el no respetar a quién opta por trabajar (educando, una vez más, a las nuevas generaciones en la cultura del esfuerzo, la tolerancia y el respeto a los demás), los dirigentes sindicales haciendo el paripé, los ‘tuitstars’ de turno saboreando las mieles de una huelga desde el sofá, Willy Toledo (perdone, ¿quién?) y lo mejor de todo, dejar la ciudad como si hubiese vomitado toda una planta residual de panfletos durante tres días. Que queremos más ayudas pero casi primero preferimos gastarnos el dinero en “publicidad” y luego que ustedes se lo gasten en limpiar. Que estamos velando por el bien común, oigan. Luchando por nuestros derechos. Que no sé que hace usted ahí, trabajando, ganándose el sueldo, ofreciendo un servicio. Que no, que no, que no lo entiende.

“Niña, no entres a la biblioteca, que hoy es día de huelga”.

Así no se lucha. Que los que trabajamos no podemos permitirnos días gratuitos, que esto no remonta sólo; que los que no trabajamos no podemos permitirnos el lujo de perder ni un día en nuestra formación. Que si la vida son dos días, no podemos pasar uno en huelga. Que si queremos protestar, protestemos, pero no en este tono quejica, sino desde el esfuerzo. Luchando como debería ser la única –y utópica-  lucha: dialogando, negociando, cediendo. Sí, escucho sus gritos desde aquí: que no tendrá éxito, que fácil decirlo, que así no logramos nada, que una huelga tiene más impacto. Pues de verdad, insisto, díganme que hemos logrado hoy, porque no consigo entenderlo. Qué cambiará mañana que no se nos olvide pasado.

Quitando hierro al asunto (disculpen el discurso), retomo lo prometido en el primer párrafo y anuncio solemnemente que de aquí en adelante comienza mi particular huelga.

No va dirigida a los gobernantes de la nación, ni a los de mi casa, ni a mis jefes, ni a mis amigos. Voy a hacer una “Auto-huelga”, podríamos decir. Reivindicar contra mí misma. Me parece que si tan disconforme estoy con el declive de la sociedad no estaría mal mirar un poco más hacia adentro y menos hacia fuera. Que la crisis no es sólo económica, sino también de valores (y de esa no hay rescate en el mundo que nos libre). Así que voy a comenzar por lo fácil y voy a hacer huelga contra mis malos hábitos. Contra mi impuntualidad, mi pereza, mi poca constancia, mi adicción a las redes sociales. Contra mis promesas incumplidas, mi desorden y mis uñas mal pintadas. Contra el tiempo libre mal empleado. Si leo, que me cause admiración; si escucho música, que me emocione; si veo la televisión, que aprenda algo; si escribo, que alguien lo lea.

Rebélate contra ti mismo, y luego nos rebelamos juntos contra el mundo. Reflexiones fugaces, caóticas e impulsivas sobre el 14-N.

Calíope.


 “ El buen gusto estropea ciertos valores espirituales auténticos: como el propio gusto.” Coco Chanel

Como pueden presagiar hoy voy a hablar de moda. Pero no lo haré sobre tendencias. Hoy quiero hablar de la gran conexión entre moda, gusto, y personalidad. Conceptos que nunca deberían desligarse.

Aplaudo  a todo aquel que se disfraza cada día de él mismo. Aquel que se siente cómodo y sólo seguro de sí  ya sea sobre unos tacones, enfundado en una chupa de cuero, o vistiendo siempre de un mismo color.

Estoy segura que en más de una ocasión, todas nos hemos puesto emperifolladas hasta los hígados y al regresar a casa nos hemos echado las manos a la cabeza mirando el armario y diciendo “por el amor de Dios, con lo bien que estoy yo con esos vaqueros”.

Puede parecer una absoluta estupidez abordar este tema pero no lo es tanto cuando ese disfraz extraño nos empaña la personalidad. Un mínimo complejo, un solo titubeo, puede llegar a aminorarnos enormemente como individuos.

Así,  la moda está lo queramos o no presente en todo momento, porque no hay nada más soberbio que actuar con firmeza y decisión en cada cosa que uno hace, siendo nosotros mismos y vistiendo como tales.

Mentiría cruelmente si afirmase que no sigo las tendencias, ni estoy al tanto de las últimas colecciones que presentan en las tiendas, pero ello no implica sumisión. Lo que quiero decir es que si este año se lleva el look años 60 y todos nos disfrazamos de los protagonistas del musical “Grease” y al año siguiente inundan las pasarelas looks ochenteros y parecemos todos primos hermanos de Tina Turner en sus mejores tiempos, llegará un momento que ni sabremos ni sabrán quienes somos realmente.

 Defiendo con determinación que nadie debe desnaturalizarnos, que debemos ser libres para elegir qué seleccionar de cada temporada y hacerlo nuestro, para que siga recreándome, maravillada, cómo una misma prenda cobra un sentido u otro según quien la lleve puesta.  Para que pueda seguir describiendo a una persona de la misma manera, pase el tiempo que pase, o por mucho que la moda cambie.

Debemos custodiar y mantener en plenas facultades la esencia de ese gusto particular  que engendramos desde la infancia, defendiendo quiénes somos y qué es lo que nos gusta; porque tendrá tal repercusión que se convertirá algún día en nuestra carta de presentación; en la imagen que proyectaremos ante el mundo; ante los desconocidos;  en la apariencia que quienes nos conocen  representarán mentalmente cada vez que hablen o piensen en nosotros, y en el recuerdo que quede en la memoria de quienes no vuelvan a vernos más….. Queda visto para sentencia.

Érato